TRAUMATOLOGÍA DEPORTIVA

Cuando me preguntan por este término, “Traumatología Deportiva”, debo ser muy cauto en la respuesta. El traumatólogo puede pensar que su especialidad, la Traumatología, lo es con independencia de la población de pacientes a la que pueda prestar sus servicios. Pero cuando has dedicado una vida a la atención del deportista, te das cuenta de que no es así. Existen peculiaridades, aspectos de la atención al deportista lesionado, que hacen que la especialidad con mayúscula precise de un apartado específico, de una subespecialidad, dirigida específicamente a ese tipo de paciente de la misma manera que existe otra subespecialidad orientada al mundo laboral, por ejemplo.

No puede aplicarse el mismo concepto, ni siquiera el mismo tratamiento, a un joven de veinte años en plena actividad y exigencia que a una señora de ochenta que acude a un ambulatorio. Si extendemos nuestro campo de visión, ni siquiera es parecido el caso de un chico que practica fútbol en el torneo escolar con su colegio que el de un jugador de primera división. Si ganas una fortuna y sustentas tu estatus y tu futuro sobre la práctica del deporte es muy posible que debas correr el riesgo de agravar el estado de tu rodilla hasta crear secuelas importantes el resto de tu vida. Pero si eres un juvenil y has sufrido una rotura de ligamento cruzado anterior y los dos meniscos, tú o quien ejerza la tutoría legal debería plantearse que quizá sea mejor que te dediques al ciclismo, el remo o la natación e impidas una evolución catastrófica de la lesión.

Podríamos extendernos hasta el infinito y las múltiples y variadas consideraciones que exigen una visión profesional del caso especial del deportista o incluso de cada nivel deportivo dentro del amplio campo de la especialidad de Traumatología. Creemos que se requiere el conocimiento especializado de un traumatólogo dedicado al deporte para poder orientar una lesión dentro del mundo de la práctica deportiva y de la competición.

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Es claro que la técnica para operar un ligamento cruzado anterior, por ejemplo, no varía sea cual sea la condición del paciente, pero sí que pueden variar muchos aspectos médicos en la contemplación de la lesión, desde el pronóstico o la indicación quirúrgica hasta las pautas de rehabilitación o los períodos de recuperación si contamos con un paciente colaborador, acostumbrado a la disciplina deportiva y con una gran necesidad de recuperación, incluso para condiciones de exigencia muy altas. Una señora de sesenta años puede tolerar una pequeña inestabilidad por la rotura del ligamento pero un jugador de baloncesto no podría mantener el nivel de competición sin ser intervenido.

También las pautas de tratamiento en lesiones menos importantes o que no requieran intervención quirúrgica son mucho más agresivas y requieren el dominio de sistemas de tratamiento especiales en el caso del deporte. Una rotura de gemelos en un ejecutivo se aborda con mucha tranquilidad y paciencia, dejando a la naturaleza la “responsabilidad” de la recuperación. En el deportista de competición, ayudamos con todos los medios a muestra disposición para acelerar el proceso natural.

No puede ser, por tanto, que el traumatólogo dedicado al deporte tenga la misma mentalidad o mantenga los mismos criterios que el que presta su atención en un ambulatorio o en un hospital general. Esa perspectiva diferente le estimula en la búsqueda de tratamientos adaptados a su actividad profesional, con independencia de que, en casos puntuales, requiera la colaboración de los colegas que se dedican a otros campos de la especialidad, como un cirujano de mano si un portero de balonmano se ha roto el tendón flexor del primer dedo o el de un cirujano de columna si un remero padece una hernia de disco. Si aceptamos con naturalidad lo que la demanda de los pacientes ha establecido, quizá podríamos avanzar incluyendo en los programas de formación de especialistas temas y prácticas complementarios en la formación de traumatólogos orientados a la atención del deporte.